El árbol de la escuela

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Portada de «El árbol de la escuela» de Antonio Sandoval y Emilio Urberuaga

Pedro descubre un día en el patio del colegio un pequeño arbolito. Se le ve tan débil y solo que no puede evitar acariciar su delgado tronco. Justo en ese momento una hermosa y verde hoja brota del árbol entre las medio secas y pocas hojas que tenía. Pedro se queda tan asombrado con aquello que no puede olvidar al árbol. Sin embargo su maestra cree que debe dejar tranquilo al árbol, que lleva mucho tiempo en el patio y necesita que le cuiden dejándolo tranquilo y apartándose de él. Pero Pedro ya no puede dejar solo a su nuevo amigo y decide regarlo. Al hacerlo otro montón de hojas verdes brotan de sus ramas. A los pocos días el niño abraza al árbol y este reacciona creciendo más y y naciéndole más hojas grandes y fuertes. Nada puede evitar que Pedro quiera darle cariño al árbol de su escuela.

Mi opinión

Pienso que hay dos formas de hacer las cosas: una, por el deber, la obligación, responsabilidad o porque toca, y otra porque algo en nuestro interior nos impulsa a hacerlo. Si esto lo aplicas a cualquier cosa en la vida te das cuenta de que las que más se disfrutan y las que normalmente mejor salen son las segundas. Las primeras puede que salgan perfectas porque nosotros somos exigentes con nosotros mismos y ponemos todo nuestro empeño. Pero estaréis conmigo en que las cosas, cuando salen de dentro, son mil veces más agradecidas de hacer y disfrutar haciéndolas y además, aunque salgan reguleras será un placer que sean así porque serán nuestras.

Cuando cuentas un cuento, sea para un gran público o para el petit comité de tus hijos, sobrinos o nietos, esta división es muy muy evidente. Por mucho que tu pongas todos los sentidos y emociones en contar un cuento, si este no te gusta (aunque solo sea esa parte del final que parece que no deja clara la conclusión, o ese personaje incordioso que no sabes qué pinta ahí, o esa expresión extraña que hay a la mitad) nunca va a salir bien. Puede que tenga gracia en algún momento, o que consigas mantener la atención hasta el final pero no emocionará ni te emocionará del todo.

arboldelaescuelaSin embargo si el cuento es «el cuento», si traspasa cada capa de ti mismo y consigue llegar a lo más profundo, a tocar las fibras, a hacerte temblar por dentro, de risa o de llanto, de amor, ternura o miedo, entonces y solo entonces ese cuento llegará de la misma manera o parecida a todo aquel que te escuche.

El árbol que crecía en mitad del patio del recreo del colegio de Pedro, nuestro protagonista, necesitaba ese sentimiento para que la sabia corriera por todas las partes de su débil tronco e hiciera brotar una hermosa hoja verde. Necesitaba un abrazo de verdadero amor para poder dar lo mejor de si mismo.

Por eso Pedro no podía dejar de pensar en aquel árbol triste de mitad del patio. Su conexión con el árbol había sido capaz de hacer crecer una hoja en un árbol que parecía seco. Esa conexión no podía desaparecer por mucho que su maestra le ordenara dejarlo tranquilo. Algo más fuerte que él le pedía que siguiera cuidando del árbol.

De la misma manera cuando encuentras un cuento que te llega y te hace sentir feliz al compartirlo, no hay nada que te frene para querer contarlo a todas horas. Hacer las cosas cuando salen tan de dentro es adictivo y no puedes más que intentar convencer al resto del mundo de que lo pruebe alguna vez y descubra lo maravilloso que puede llegar a ser.

El árbol agradece a su manera y el niño, Pedro, decide seguir adelante ayudando a su nuevo amigo. De la misma manera el cuento, al sentirse querido y cuidado, crece y cada vez que se cuenta brota en el una nueva hoja verde que compartir con quien te escucha.

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El amor que sentía Pedro por aquel árbol se propagó entre sus compañeros y sus maestros y todos quisieron demostrarle su cariño a aquel extraordinario árbol. El árbol paso a ser núcleo, punto de encuentro, intersección donde los alumnos y miembros de la escuela se juntaban para hacer cosas en común: leer, escribir poemas o fabricar nidos para los pájaros. Los cuentos de igual manera nos reúnen y nos unen en torno a ellos. Para cada uno, en su imaginación, el cuento dirá cosas diferentes e inspirará escenarios y evocaciones distintas pero en suma el cuento está consiguiendo aunarnos en torno a un montón de sentimientos parecidos.

Cuando nos cuentan un cuento tan bien contado y tan sentido que te llega a lo más profundo te sientes feliz, aunque la historia en cuestión te haya removido heridas de dentro, recuerdos tristes o dolorosos. Pero el hecho de haber llegado tan adentro hace que la conexión sea total.

Por eso, porque te hace sentir tan bien, te gustaría que le ocurriera a todo el mundo. Por eso Pedro y sus compañeros quieren que otros niños en otros colegios tengan un árbol como el de su escuela, para que puedan sentir por dentro esa dicha tan grande de tener algo extraordinario.

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El amor que mueve el mundo y que nos une a todos. La convicción de estar ante un hecho extraordinario y el sentimiento de que ese hecho no puede quedarse en ti sino que lo tienes que compartir con todos los que te rodean. Todo eso cuenta «El árbol de la escuela», todo eso y mucho más. Un texto sencillo y directo el de Antonio Sandoval, sin dobleces de ningún tipo. Una ilustración siempre tierna y llena de color como es la del gran Urberuaga que crea un espacio, el del recreo, en el que ocurren un montón de cosas a lo largo del tiempo y somos capaces de ver ese tiempo pasar y sentir todas esas cosas.

Una hermosa historia sobre la naturaleza, el amor, la infancia y el sentimiento de comunidad, el compañerismo y el amor desinteresado, la compasión y las ganas de compartir. Un cuento que te mueve por dentro, que llega y que no puedes evitar querer que todo el mundo lo conozca para sentirse feliz igual que tu al terminar de leerlo.

Datos Bibliográficos

Título: El árbol de la escuela

Autor: Antonio Sandoval

Ilustrador: Emilio Urberuaga

Edición: Kalandraka, Pontevedra, 2016. 44 págs.

Edad: + 5 años

 

Ciudad laberinto

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Portada de «Ciudad laberinto» de Pedro Mañas, ilustrado por Silvia Socolovski, editado por Faktoría K de Libros

No si os ocurre a vosotros pero a mi a veces me resulta complicado defender mi gusto por vivir en una gran ciudad. Te convences de que tienes multitud de posibilidades de ocio, de cultura, laborales y personales, pero en el fondo lo que queda muchas veces es esa sensación de que la ciudad es un gran monstruo que nos obliga a seguir sus normas y de que en ella siempre te sientes un extraño y un tanto solo.

Pero luego llegas a estos poemas que nos propone Pedro Mañas y te reconcilias un poco con todo y empiezas a fijarte más en lo pequeño, en lo que vive a tu lado, y no darle importancia al conjunto, a la inmensidad del monstruo-ciudad. Como si dentro de una gran ciudad hubiera mini-ciudades en las que la vida en comunidad pacífica, tranquila y colorida no sólo es que es posible, es que es real.

Un poco así me he sentido yo leyendo y disfrutando de algunos de los 30 poemas que Pedro Mañas recogió en este «Ciudad laberinto«, ganador de la segunda edición del Premio de Poesía para Niños «Ciudad de Orihuela» en 2009

Inicia este poemario con el poema que le da nombre y que, posiblemente,  sea el que más me gusta de todos, seguramente porque conecta de pleno con mis experiencias personales. Leyéndolo veo a mi hijo pequeño, verdadero fan de los mapas, más aún si son de un tesoro pirata, pero que disfruta de igual manera si se trata de un camino para llegar hasta una casa de un ratón o a la cueva de un oso.  Con sus cinco años esta en ese momento en el que un palo es una nave espacial, una piedra un coche de carreras y un papel con cinco rayas el mapa de un tesoro maravilloso.

Los mapas y planos tienen algo de mágico: se muestran ante nosotros como una maraña de líneas y manchas que no tienen mucho sentido, hasta que poco a poco nos van desvelando sus secretos. En el poemario, como si de un mapa se tratara, poco a poco vamos descubriendo detalles de esa ciudad, personas, calles, puestos donde venden cosas, incluso si nos acercamos mucho mucho mucho podemos llegar a ver la historia y viaje de un chicle.

Mañas dice en el poema «Ciudad laberinto»:

He pintado un mapa

sobre la solapa de mi libreta.

[…]

Lo pliego y despliego,

lo arrugo y estiro,

lo pinto y despinto,

lo miro y remiro,

y cada vez veo

un sitio distinto:

ciudad hormiguero,

ciudad telaraña,

ciudad basurero,

¡ciudad laberinto!

ciudad_laberinto2A partir de ahí vamos conociendo distintas facetas de esta ciudad en la que, por ejemplo hay rascacielos o, más bien, «Poema rascacielos», que deberemos de escalar poco a poco para poder leerlo.

Pedro Mañas nos propone, como en otras ocasiones, juegos con el lenguaje, con las palabras, para que suenen y resuenen, para que nos bailen y nosotros bailemos y juguemos con ellas.

Jugaremos, por ejemplo, con tres ciudacertijos, divertidos y juguetones y que son siempre una apuesta segura entre los niños.

Veremos como la ciudad se transforma con las estaciones del año y como, si pones atención, podrás escuchar una orquesta improvisada en la que el guardia de tráfico hace las veces de director de orquesta.

En esta ciudad laberinto no puede faltar el mercado y sus tenderos. Y ahí aparece este «Se vende todo» con una maravillosa lista de la compra:

Quiero un bote de silencio,

medio litro de tormenta,

cuatro cajas de bueno tiempo

y  un kilo de isla desierta […]

También vemos algo de esa realidad de la que hablaba de las grandes ciudades. En «Los hombres hormiga» Pedro Mañas nos compara con las trabajadoras hormigas que no se salen de su fila y que no se miran ni siquiera para desearse un buen día.

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Sabremos también de aquel hombre sin nombre que nadie conoce, ni en su calle, ni en la plaza. Sabremos que a aquel hombre «Le pasa que nada le pasa // al hombre que vive enfrente // de la puerta // de tu casa».

El autor ha sabido poner en este plano un poco de todo, como en los buenos planos en los que lo mismo te aparece una estación de metro que una farmacia, un colegio o una parada de autobús, un museo o una clínica veterinaria. Nada le falta a esta Ciudad Laberinto, sus cosas bonitas y las feas, sus momentos de luz y de oscuridad, porque así son las cosas, así son las ciudades.

Datos Bibliográficos

Título: Ciudad Laberinto

Autor: Pedro Mañas

Ilustrador: Silvina Socolovsky

Edición: Faktoría K de Libros, Kalandra, Pontevedra, 2010. 60 pags.

Edad: + 8 años